sábado, 6 de febrero de 2010

Tristeza es nada.


Tus silencios son siempre largos y respetablemente agotadores. El sentido literal de ausente, aterroriza. Porque ausente debe de significar algo así como nada, y no se entiende como de manera espaciotemporal una puede seguir tan apegada, atada y suciamente adicta a nada. La nada es inaccesible. La nada es nada. Pero también es terriblemente esperanzadora.

La nada se pasea por sombras alargadas, aromas blandos y fríos, calles húmedas. De ojo en ojo y de diente en diente. Cruel. De sucesión infinita de imperturbable calma. Sabe a sed triste y a piel salada. Huele a carne quemada.

A veces, los días susurram el hilo de alguna presencia. Y es aquí donde irremediablemente aparece tu hueco, mi vida, mi tristeza. En las esquinas de los cinco vértices que conviven en la palma de mi mano. Aquí está tu hueco, mi vida, mi tristeza, paseando en mis cinco dedos por cada noche, por cada espera.

Mi tristeza es pequeña: Si tú estás, desaparece. Mi tristeza es humilde, banal. Pero es triste. Debería despedirme con una sonrísa, mi vida, pero es triste que te hayas ido y mi tristeza se resuma en nada.

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